jueves, enero 10, 2008

Sobre la decisión de irse o quedarse en la DC

Hace algunos días circuló por mail entre miembros de la Democracia Cristiana un texto escrito por el primer vicepresidente del partido, Sergio Micco y el senador Eduardo Saffirio.

El documento es una reflexión dirigida a aquellos militantes que se mostraron dudas respecto de su permanencia en el PDC luego de la expulsión de Adolfo Zaldivar.

A continuación reproduzco el texto de Micco y Saffirio. Luego podrán ver una respuesta que envié al respecto.

Espero que sea de su interés y dejen sus comentarios.


¿Irse o quedarse en la Democracia Cristiana chilena?
La voz, la lealtad y la salida

Tras la expulsión del senador Adolfo Zaldívar Larraín de la Democracia Cristiana y su llamado a formar un nuevo referente político, algunos de quienes lo apoyaron se preguntan si deben emigrar de la Democracia Cristiana. Algunos se lo cuestionan porque creen que las ideas que defienden ya no se podrán promover al interior de nuestro partido. Otros agregan que puesto que se pronunciaron favorablemente por el senador, la actual conducción política los marginará. No faltan los que sienten que es un deber de amistad y lealtad el estar junto a quien los inspiró en muchas jornadas partidarias y cívicas.

Queremos partir por declarar que la actual Directiva Nacional del PDC pidió la expulsión del senador en atención a hechos que consideró gravísimos para la disciplina y fraternidad partidaria. Se trató de un juicio a una persona determinada por actos determinados. No se juzgó a un líder de una determinada posición partidista, ni menos a un grupo de militantes ni se pretendió condenar a quienes legítimamente no apoyaron a esta directiva nacional en abril del 2006 o no comparten sus decisiones en materias tales como la política pública de transporte en la Región Metropolitana.

A quienes hoy evalúan quedarse en partido, manteniendo su lealtad a él ya sea apoyando su actual conducción; a quienes se sienten militantes de una causa pero que quieren hacer oír su voz discrepante y también a los que derechamente evalúan su salida de nuestro partido, les decimos que ello es enteramente una decisión personal y que deben adoptar en conciencia. Para todos ellos son estas reflexiones en torno a la historia del partido, sus derechos como militantes y de lo que exige su adhesión a él.


La Historia reciente: unas experiencias a tener presente

Jaime Castillo Velasco relataba que cuando se produjo la salida del Mapu, él se reunía horas y horas con quienes tenían dudas de continuar o no en nuestra comunidad. Cuando les preguntaba qué doctrina apoyaban y/o qué ideología abrazaban, y escuchaba adhesiones al marxismo leninismo y/o hondas diferencias con el personalismo comunitario de Maritain o Mounier, Castillo Velasco invariablemente los llamaba a constar la imposibilidad de seguir en nuestro partido. A ellos los llamaba a salir con respeto, sin causar más daño que el inevitable, de la comunidad que los había acogido.

Otro quiebre se produjo tras el Golpe de Estado cuando un grupo de demócrata cristianos de no poca importancia decidieron apoyar al gobierno militar y ocupar cargos en él. No hubo dudas entre nosotros que tal actitud contravenía nuestros postulados humanistas cristianos más elementales, pues se trataba de apoyar un régimen político que violaban sistemáticamente los derechos humanos y aplicaba un modelo económico de enorme costo social.

Para Jaime Castillo el problema de la Democracia Cristiana era que siendo tan grande, había perdido consistencia doctrinaria e ideológica; se había “aguado” ya que la cantidad es enemiga de la calidad. Por ello nos enseñó que nuestro partido era una comunidad de camaradas que compartían, en la teoría y sobre todo en la práctica, los mismos ideales. Este era y es el criterio supremo para ser parte de esta fuerza política.

Narciso Irureta vivió la salida de la Izquierda Cristiana. El contaba lo doloroso que aquello fue en términos personales. Mal que mal muchos de los que se fueron eran amigos personales, compañeros de generación no pocos. Los que se fueron habían propuesto un voto político al Consejo Nacional de 1971. En el se decía que la Democracia Cristiana no pactaría “ni directa ni indirectamente, ni expresa ni tácitamente, ni en ninguna forma con la Derecha…”. Bernardo Leigthon adujo que ello era renunciar a los acuerdos que podían salvar la democracia y entregar todo el poder a la Unidad Popular.

Al rechazarse el voto, los promotores del a Izquierda Cristiana acusaron la “derechización” del partido y se fueron. Las consecuencias fueron malas para todos. Narciso Irureta no confundió las cosas y sus amistades personales las mantuvo, pero primó en él su vocación comunitaria demócrata cristiana. Grande fue su alegría cuando Alberto Jerez volvió al partido.

Finalmente cuando, tras enero de 1989, decidimos optar por la Concertación de Partidos por la Democracia, realizando incluso pactos por omisión o apoyar a Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, algunos creyeron que podrían presentarse de candidatos y ganar las elecciones. Se equivocaron y todas esas campañas fueron selladas por la derrota. Hay veces que la política de alianzas se transforma en un debate central para la permanencia en nuestro partido. Recordemos que el año 2005, la conducción partidaria anterior expulsó a militantes que apoyaron a Sebastián Piñera.

Los cuatro ámbitos de adhesión y lealtad a nuestro partido

De este breve relato queremos colegir que existen distintos ámbitos de adhesión y lealtad al partido, exigibles a todos.

Primero, quienes no adhieren a la doctrina e ideología del partido demócrata cristiano es indudable que no pueden ser militantes de un partido como el nuestro. Hay otros partidos políticos – llamados “atrapa-todo” – que se conciben a sí mismos como gigantescas maquinarias captadoras de votos y que no le asignan importancia ninguna a su coherencia doctrinaria, ideológica o programática. Hay quienes creen que la DC italiana sucumbió pues no exigía más que dos cosas para militar en sus filas: ser católico y anticomunista. La férrea lucha dada contra el partido comunista más grande de Occidente, dada en el centro del mundo libre, hacía que todo método de lucha estuviese permitido. Caído el “Muro de Berlín”, tal agrupación se desplomó, para alegría más de la Derecha que de la Izquierda. La DC chilena no es esto.

Más en concreto, el Quinto Congreso Nacional del partido – cuyas conclusiones deben entregarse antes del 12 de enero – ha definido nuestra carta de navegación y plan de vuelo hasta el año 2027. Quienes difieran en aspectos esenciales de esos acuerdos deben pensar la procedencia de quedarse en el partido. Quienes adhieren a ellos, ¿por qué retirarse?

Segundo, quienes no comparten nuestra actual estrategia política de alianza con los partidos de la centro izquierda y apoyo al gobierno de Michelle Bachelet, deben entender que un partido político no es sólo una comunidad de ideas y propuestas, sino que también una fuerza política que apuesta a ganar elecciones y ocupar cargos de gobierno. Siendo este ámbito menos sustancial que el doctrinario, ideológico y programático, no por ello no es menos relevante para el futuro de toda comunidad política. Pues nosotros queremos llevar a la práctica nuestros ideales, a través de una determinada estrategia democrática de poder. Además tal política de alianzas es un criterio muy importante a la hora de ser evaluados por los otros actores políticos, fuerzas sociales y la opinión pública informada. Las políticas de alianzas no tienen la misma sustancialidad que el ámbito anterior, pues pueden reformularse ya que no tienen el carácter de permanencia y fijeza, formando parte más bien de la estrategia política. Sin embargo, su alteración o cambio no pueden quedar al capricho de personas o grupos. La mínima seriedad institucional exige que sean los órganos partidarios competentes los que la determinen. Por ello todo debemos entender que mientras la Junta Nacional no acuerde otra cosa, nuestra adhesión al gobierno y a la coalición supone una palabra empeñada que nuestro deber es respetar y hacer respetar.

Quienes no estén de acuerdo con nuestra política de alianza pueden practicar lo que alguna vez llamó Radomiro Tomic, “la militancia del silencio”. Otros, más activos, podrán llevar este tema a la base militante y a los órganos deliberativos del partido. Pero no acatar este aspecto de nuestra política es faltar gravemente a la lealtad y disciplina partidaria. La DC no es un partido “ni chicha ni limonada” ni una masa informe que se acomoda según donde “caliente el sol”. Ella hace opciones políticas claras y responde por las consecuencias de sus decisiones.

Tercero, la Democracia Cristiana es un partido que ha costado siete décadas construir. No es un producto instrumental ni menos desechable. Nuestro partido no sólo es parte de la historia contemporánea de nuestra patria. Además es una comunidad de camaradas unidos por una misión. Pero también es una institución, con una misión espiritual que realizar y una organización material a desarrollar en el tiempo y en el espacio. Ella es un conjunto de órganos y procedimientos, regulados hasta el detalle en nuestros estatutos y reglamentos. Dichos órganos y procedimientos deben ser legítimos, estables en el tiempo y regulares en su aplicación. Esto no es teoría desprovista de consecuencias políticas. Una prueba comparada al canto es que los problemas de la débil institucionalización de la inicialmente exitosa Unión de Centro Democrática española la llevaron al desastre. En cuatro años pasaron de 34,5% al 6,5% de los votos. Más concretamente, muy pocos de sus principales dirigentes valoraban a UCD como una institución legítima en abstracto, y muchos no estaban dispuestos a comprometer sus objetivos programáticos o a sacrificar sus ambiciones personales o de facción en interés del partido como comunidad. No le daban valor por sí misma y sólo la apreciaban si les servía a sus intereses individuales o fraccionales. Tal cosa los llevó a la destrucción del partido que hizo la transición española y le dio una nueva constitución al reino.

La Democracia Cristiana chilena tiene su institucionalidad y debe ser respetada. Si ella no aparece como legítima y/o eficaz, nuestro Quinto Congreso Nacional ha facultado a una comisión para que promueva unos nuevos estatutos del partido. Ahí está la instancia orgánica para perfeccionar, no destruir, nuestra institucionalidad.

Cuarto, un ámbito distinto de adhesión y disciplina es la relativa a directivas políticas concretas y a decisiones particulares. Aquí la libertad del militante es mucho mayor. El hecho que un militante no haya apoyado a la actual directiva del partido no es razón para que deje de sentirse un demócrata cristiano de corazón. De hecho, quien no respalde esta Directiva tendrá, en pocas semanas más, la posibilidad de plantear su propuesta política, de cara del país y del partido. En este partido se respetan las minorías que, por lo demás, fueron mayoría hasta hace dos años atrás. Tienen todas las garantías democráticas, al interior del partido, para expresar sus ideas, promover sus votos políticos, presentarse a elecciones libres, competitivas, regulares y limpias y a ser juzgados con el debido proceso en tribunales elegidos por la unanimidad de los miembros de este Consejo Nacional. Pero todo ello en un marco de respeto y autorregulando al máximo querellas públicas que tanto daño nos han hecho.

En suma, quienes adhieren a la doctrina, ideología y programa partidario fijado en nuestro Quinto Congreso Nacional y están dispuestos a respetar nuestra institucionalidad partidaria, directivas y políticas que de ella emanen, saben que obviamente tiene un lugar en nuestro partido.

Eduardo Saffirio Suárez Sergio Micco Aguayo
Diputado de la República Primer Vicepresidente PDC

2 de enero del 2008

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Mi Respuesta:

Gracias por el texto que nos hicieran llegar para reflexión. Pasados algunos días les escribo porque siento que vuestra redacción y punto de vista contiene la soberbia de los ganadores y nada de la humildad necesaria para buscar caminos de entendimiento.

Nunca se plantean la necesidad de dar respuesta a la pregunta: ¿Cómo llegamos a esta situación?

Pareciera desprenderse del texto que solo hay responsabilidad en Adolfo Zaldivar y, como digieras en una declaración pública: el caso Adolfo esta cerrado. No solo fueron su odiosidad para con otros camaradas y lideres de nuestro partido y su poca adhesión a la Concertación, los hechos que llevaron a su expulsión y por ello debemos hacernos otras preguntas:

¿Por qué no se abrieron oportunidades de dialogo? ¿De quienes son esas responsabilidades? ¿Por qué no es escucho el llamado de nuestros obispos en la declaración de noviembre pasado? ¿Por qué no se es capaz de hacer una autocrítica para que no caigamos nuevamente en el mismo error? ¿Qué nos llevo a este punto de mala convivencia? ¿Por qué perdimos la confianza entre nosotros?

No hay nada más peligroso que dar vuelta la página y creer que se ha solucionado el problema. Nuestro problema hoy no es ideológico ni doctrinario, es de convivencia y precariedad democrática en nuestra institucionalidad.

En este último punto, espero que las conclusiones de nuestro V Congreso estén listas el próximo 12 de enero, para, con su implementación, comenzar el proceso de sanación y reconciliación que tanto necesita nuestro partido.

Hemos llegado a un punto donde no basta la buena voluntad, requerimos de una institucionalidad que pueda gobernarse a si misma.

Un abrazo, Marcelo

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