Estimadas amigas y amigos:
En las últimas semanas he tenido la oportunidad y el privilegio de conversar con muchas personas y escuchar sus puntos de vista cuando estamos viviendo un “cambio de época”. El orden del siglo XX aún no termina de morir y el nuevo orden aún no se consolida.
Por primera vez en la historia, la Humanidad comienza a tomar conciencia de los límites de nuestra civilización y del planeta. La guerra, como herramienta de control, el dinero como mecanismo de poder y la depredación de nuestro medio ambiente como modelo de desarrollo dejaron de ser la solución y comenzamos la búsqueda de un nuevo camino basado en el conocimiento, la solidaridad, el respeto a los derechos humanos, la sustentabilidad ambiental y la globalización.
El desafío de hoy es entender que resulta inmoral imponer los costos del desarrollo a las actuales y futuras generaciones, aumentando las brechas entre las personas.
Chile no está ajeno a ello. Aún desde el sur del mundo tenemos mucho que aportar. Tenemos una gran responsabilidad con nuestros compatriotas. Terminada la transición a la democracia, nos ha faltado la voluntad y la decisión de emprender un nuevo comienzo, lejos de la comodidad que nos brindan los privilegios de los que hemos sido sujeto durante nuestras vidas y entendiendo que este siglo nos plantea nuevos y enormes desafíos.
El interés por lo público, la política, sigue presente en nuestra sociedad, en especial en nuestra juventud, pero quienes deben conducir estos procesos -los partidos políticos-, se han ido encerrando en sí mismos, siendo los grandes responsables de la apatía de la gente con la política partidista y el alejamiento de los militantes de sus filas.
Desgraciadamente, los partidos políticos han renunciado a la discusión de ideas, en particular el nuestro, la Democracia Cristiana. Realizamos un exitoso Congreso Ideológico que quedó guardado en algún cajón y nos hemos dejado guiar por el pragmatismo. Perdimos la capacidad de hacer política para construir un nuevo orden y subordinamos nuestro accionar a mantener cuotas de poder que consolidan, e incluso aumentan, desigualdades inaceptables en nuestra sociedad.
Los políticos tradicionales siguen creyendo que son los únicos intermediarios entre el poder y la ciudadanía. Tenemos que entender que en la sociedad de la información y el mundo global, las personas tienen mayores grados de libertad para informarse y para tener opinión propia, generando legítimas expectativas que persiguen una verdadera igualdad de oportunidades que hoy les son negadas. Ya no sólo se trata de superar la pobreza, se trata de construir una sociedad con cohesión social. Desconocer esta realidad, como ha sido hasta ahora, aleja a la clase política de la gente y hace cundir la desesperanza con expresiones de violencia delictual, con crecientes grados de inseguridad.
Nuestro país sigue anclado en el dilema entre Mercado y Estado, pero la pregunta es: ¿Para qué? Se dice que Mercado para el crecimiento y Estado para la protección social, pero el dilema de hoy es mucho más complejo y esa discusión está ausente del debate político.
En los últimos 20 años modernizamos muchos sectores de la economía, pero no pusimos atención a los efectos de la concentración económica. Tuvimos un crecimiento acelerado, pero descuidamos el medio ambiente. Generamos empleos, pero muchos de ellos no alcanzan la condición de decentes.
Desde el gobierno hemos logrado 100% de cobertura escolar, pero hemos consagrado la inequidad en el sistema educacional. Los jefes y gerentes provienen de la educación privada mientras los de la educación pública son mano de obra no calificada.
Reformamos la justicia, construimos nuevas cárceles, duplicamos el número de personas en ellas, pero la delincuencia sigue alta porque no hemos sido capaces de prevenir y rehabilitar, por no hacernos cargo de las causas de esta realidad: desigualdades sociales escandalosas y un incontrolado tráfico de drogas.
Establecimos legislación para que, desde el sector privado, llegaran nuevas tecnologías, pero no pusimos atención a los precios exorbitantes que pagan los más pobres (celulares) y aún no las hemos masificado (Internet).
Generamos condiciones para la inversión extranjera, pero ella aún paga un monto miserable por los recursos naturales que extraen.
Hemos dado techo a dos millones de chilenos, pero les hemos negado la posibilidad de vivir en ciudades integradas, con todo lo que ello conlleva. Hemos extendido la expectativa de vida, pero hemos descuidado la dignidad y la oportunidad de la atención en salud.
Hemos abierto mercados en el mundo, pero exportamos mano de obra barata y no calificada. Hemos desarrollado el sistema financiero, pero las pequeñas y medianas empresas terminan trabajando para los bancos y los grandes conglomerados.
Nuestro desafío es hacernos cargo de las raíces de estos males y no ser meros administradores del poder para consagrarlos con el pretexto de que no se puede avanzar más rápido.
Enfatizamos el rol del Estado, pero tampoco es el ejemplo a seguir, ya que resulta ser un mal empleador, un incierto sujeto de crédito, un deficiente proveedor de servicios. El Estado tiene una responsabilidad que va más allá de aliviar las nefastas consecuencias de las actuales injusticias. Un Estado asistencialista no es la solución para Chile.
El mensaje que nos dio la gente con la elección de la Presidenta Bachelet fue mucho más que un cuarto gobierno de la Concertación, pero no fue escuchado por nuestros dirigentes partidarios. Hoy, interpretan su alto grado de aprobación ciudadana por el manejo de la crisis internacional y el sello de protección social. Pero es mucho más que eso, la Presidenta encarna un cambio cultural de nuestra sociedad.
Ante la amenaza que representa una sociedad que está cambiando y que no logran entender, los dirigentes de la Concertación entraron en un proceso de regresión y de autoprotección que los aleja cada vez más de la ciudadanía.
Entre quienes tienen vocación política en la Concertación, muchos esperan que todo cambie con la llegada de un quinto gobierno de la Concertación, pero no hay ninguna indicación, más allá del discurso, que las cosas vayan a ser de una manera diferente. Otros, creen que el triunfo de la Alianza traerá una renovación obligada y que se podrá reconstruir el proyecto político desde la derrota. Los que dirigen, nunca pierden porque cambian las reglas del juego según su conveniencia. En cualquier posición, están renegando de la responsabilidad política de ser vanguardia de los cambios que Chile necesita con urgencia.
Hace cuarenta años ingresé a la Democracia Cristiana, casi al finalizar el gobierno de Frei Montalva y, junto a otros jóvenes adolescentes, soñamos con el socialismo comunitario al que nos invitaba Radomiro Tomic y el partido. La dictadura nos ayudó a reencontrarnos con nuestros valores y principios y la transición nos dio una oportunidad para plasmarlos de manera exitosa en Chile. Los nuevos tiempos nos imponen nuevos desafíos, pero nuestro Partido se muestra incapaz de asumirlos y, por temor a lo nuevo, por no ser capaces de comprender el Chile que construimos, se encierra en sus glorias pasadas y olvida los sueños de nuestros padres fundadores. La política se nutre y florece con propuestas de futuro, se marchita cuando sólo se rememora el pasado y se muere lentamente cuando se subordinan los sueños a la mantención del poder.
La decisión de dejar las filas de la Democracia Cristiana es triste y dolorosa. Son cuarenta años en que me he identificado con la flecha roja y he contribuido con mis aciertos y mis errores, con mis fortalezas y limitaciones a un proyecto común que hoy me es ajeno. La institución también son personas con quienes he compartido sueños y anhelos y también frustraciones y desilusiones. Es difícil cortar políticamente con ellos, porque son mis amigas y amigos, pero espero seguir contando con su amistad.
Es difícil dejar la comodidad de los privilegios políticos, pero vivir y actuar de acuerdo a mis principios y valores es más fuerte. Tenemos que defender los principios siempre y no sólo cuando nos conviene. Tomar decisiones sobre seguro mata los sueños. Subordinar los sueños a “la calculadora en la mano” mata la pasión. Y hacer política sin la pasión por servir es entregarse a una vida vacía.
Siempre es tiempo para un nuevo comienzo.
Reciban un abrazo fraternal.
Marcelo Trivelli Oyarzún.